Arnulfo Quimare contra Scott Jurek, los dos hombres nacidos para correr que forjaron una leyenda

Hay tantas formas de empezar a contar una historia semejante…

Es 30 de agosto y el sol ya escapa de la vigilancia del inmenso Mont Blanc para calentar el despertar de Chamonix. Son las ocho de la mañana y, aún con la calle a medio gas, dos tipos cruzan sus caminos muchos años después.

Arnulfo Quimare roza los 44 años -los cumple el domingo día 1- y corre desde que ya ni se acuerda, como toda la comunidad raramui, habitantes de la Barranca del Cobre, en Chihuahua (México). Allí todo se hace corriendo y él busca alimento para llevarlo de vuelta a casa varios kilómetros después. Apenas levanta un metro del suelo. El niño crece y sigue corriendo. Allí no hay zapatillas, bastan un par de huaraches. Nadie corre más, nadie más rápido.

Un poco más al norte -un mucho-, el ahora cincuentón Scott Gordon Jurek (Duluth, Minnesota), rebelde entonces en busca de causa, viene a dedicarse a lo mismo: zapatillas y kilómetros, cientos, muchísimos. Se pone el dorsal y gana carreras hasta aburrirse, aunque roce la muerte en algunas, hasta escalar al grado de invencible.

También Micah True, de origen Michael Randall Hickman y de mote ‘Caballo Blanco’, podría haber comenzado este relato, por qué no. Es otro apasionado de la ultradistancia, algo chalado según los que rodean a este tipo de Colorado que viaja en cuanto puede a México y se pierde corriendo entre los cañones. Allí conoce a los asombrosos raramui, los tarahumara, e intenta ayudarlos como puede: material, alimentos, ropa y un sueño. ¿Y por qué no Arnulfo y Scott…?

La pregunta halla respuesta en 2006, aunque permanece oculta tres años más: como todo tesoro que se precie hay que mantenerlo oculto en barrica. El 5 de mayo de 2009, Christopher McDougal publica ‘Nacidos para correr’, el sueño de Micah True hecho realidad: Scott Jurek y varios de los mejores atletas del mundo en la Barranca del Cobre contra Arnulfo Quimare y los increíbles tarahumaras. Por delante, 80 kilómetros.

¿Y?

«Pues que le gané, fue disputado, pero terminé ganándolo». Arnulfo sonríe 18 años después, de regreso otra vez a aquel momento que retrató aquel best seller mundial. «Es mi historia, mi vida», susurra, y se emociona.

Aquellas páginas catapultaron la fama de la comunidad tarahumara de manera insospechada: sus huaraches, sandalias con suela de neumático, se vendieron por miles abriendo el debate sobre el mejor calzado, y los pinoles, alimento básico en la comunidad, se asumió y explotó como elixir de la energía interminable. Ni una cosa ni otra. El hervor ya ha bajado.

Quimare ha llegado esta semana a Francia, a Chamonix, acompañado de otro mito tarahumara, Verónica Palma, promocionando la nueva carrera de UTMB, que visitará el año que viene sus queridos cañones, Chihuahua, las raíces que no abandona pese a su condición de leyenda. «Allí soy feliz, allí me quedo». Ya no corre, las rodillas han terminado pasando factura cuatro décadas después, pero…

La historia termina aquí. Falta Micah, fallecido en 2012 durante una carrera en México -triste y dulce destino-, pero quedan Arnulfo y Scott que, un 30 de agosto, se abrazan en una fría calle de Chamonix apenas iluminada por dos rayos de sol. Y corren siete kilómetro, algo simbólico, mientras el Mont Blanc vigila. Tampoco hace falta más. Nacieron para ello.